miércoles, 21 de noviembre de 2007

Un país sin hambre, el sueño de Francisco Villa

Un país sin hambre, el sueño de Francisco Villa, destaca Dione Anguiano en el CXXVI Aniversario del Natalicio del Centauro del Norte




Transcripción del discurso de la directora general del Instituto del Deporte, Dione Anguiano Flores, durante la ceremonia conmemorativa del 126 Aniversario del Natalicio del General Francisco Villa

Gracias, buenos días.
Existen muchas formas de mirar a un personaje de la historia como lo es Pancho Villa, sobre todo por ser un protagonista nada menos que de la Revolución Mexicana, ese acontecimiento en el cual también numerosas y diversas miradas se han posado y han dejado su interpretación particular.

Los historiadores por tanto, han catalogado a Doroteo Arango, alias Pancho Villa, de muy distintas maneras, que si era ignorante, que si no tenía una estrategia, que su fue un bandolero o un mujeriego o bien, que era audaz, valiente, generoso en el amplio sentido de la palabra y esto incluye a las balas que no escatimaba cuando de hacer justicia o simplemente de quitar obstáculos se trataba.

En fin, pero definitivamente hay que dejar a los expertos el recuento formal del Centauro del Norte. Hoy quisiéramos pasear nuestra mirada en un Villa que continúe reflejando en el presente aquellos rasgos humanos y sociales que lo llevaron primero a decir no a la satrapía, cualquiera que haya sido el detonante y segundo, a comprometerse hasta la última consecuencia en esa lucha por cambiar el estado de cosas que habían llegado a la mayor parte del país, con las conocidas secuelas de pobreza y desigualdad en todos los órdenes y que condujo eventualmente a ese movimiento nacional que constituyó la Revolución Mexicana.

Queremos imaginar un México rural en total ebullición en el que prolifera esta bella forma narrativa que es el corrido que acabamos de escuchar. Claro que ya había periódicos muy importantes, México y el mundo entraban de lleno en el siglo XX modernísimo y con un sistema de comunicaciones en expansión, pero por todo el campo mexicano los protagonistas de esta historia se comunican a través de canciones, canciones que los trovadores traen, llevan y que cumplen con la doble tarea de informar en el presente y de permanecer en el tiempo como otra probable mirada histórica.

Me voy a permitir leerles un par de estrofas de este corrido de Ernesto M. Cortázar y Juan S. Garrido que quizá muchos de ustedes ya conozcan.
Yo soy soldado de Pancho Villa, de sus dorados soy el más fiel, nada me importa perder la vida si es cosa de hombres morir por él.
Ya llegó, ya está aquí Pancho Vila con su gente, con sus dorados valientes que por él han de morir.

Adiós villistas que allá en Celaya su sangre dieron con gran valor, adiós mi linda ciudad Chihuahua, Parral y Juárez, Lerdo y Torreón.

El otro gran corrido, ese si muy cantado hasta nuestros días, es el Siete Leguas, que por cierto, es de una compositora, Graciela Olmedo, Olmos perdón.

La historia familiar de Doroteo Arango de la cual se conoce muy poco, no se diferencia mucho del gran número de personas. Al faltar su padre él se sumó a la fuerza de trabajo con su madre para sacar adelante a los otros hermanos. No recibió educación y no es difícil figurar la atmósfera de escasez general que permeó su infancia. Conoció también la otra faceta, la de la opulencia que reinaba entre los terratenientes, no es casual que aún sin cumplir los 15 años, Villa cometiera su primer acto de justicia por mano propia al balear a un terrateniente que al parece abusó de una de las hermanas Arango.

Se puede decir que este hecho que lo obligó a huir y a volverse inalcanzable para sus perseguidores, marca el surgimiento del legendario Pancho Villa. La vida en la sierra potencializa sus cualidades de organización y su carismático ascendente en lo demás, enfrentando en soledad al paisaje terrestre y lunar de su valiente decisión. No es difícil imaginar a Villa defendiendo sus sueños a lo que apostaría todo. El andar como se dice “a salto de mata” le desarrolló también el coraje y la temeridad y le proporcionó el conocimiento del territorio que sería tan útil a sus propósitos.

Dice John Reed “Villa tuvo que inventar en el campo de batalla un modo completamente original para luchar ya que nunca había tenido oportunidad de aprender algo sobre la estrategia militar formalmente aceptada, por ello es sin duda el más grande de los jefes militares que ha tenido México. Su sistema de pelear es asombrosamente parecido al de Napoleón, sigilo, rapidez de movimiento, adaptación de sus planes al carácter de terreno y de sus soldados, establecimiento de relaciones estrechas con los soldados rasos, creación en el enemigo de una supersticiosa creencia de la invencibilidad de su ejército y en que la misma vida de Villa tiene una especie de talismán que lo hace inmortal”.

No se puede hablar de Pancho Villa sin hablar de Emiliano Zapata, nuestro otro gran jefe inmortal, a quien también se separan las miradas de los que escriben la historia. Parece ser que el movimiento comandado por Zapata era por completo de filiación campesina mientras que las filas de los Dorados del Norte albergaban campesinos también, pero en algún momento grupos de obreros, mineros y ferrocarrileros se unieron con semejante capacidad de convocatoria no es difícil imaginar cómo habrán sido los encuentros entre estos dos guerreros que para 1915 prácticamente tenían el país en las manos militarmente hablando.
En ese momento tienen el poder de pedir una amplia ley agraria en la Convención de Aguascalientes, la demanda Tierra y Libertad, Villa y Zapata, luchaban por los mismos ideales. John Reed fue un cronista de la Revolución Mexicana, sus artículos mantuvieron informado al mundo de lo que acontecía en el país, pero además tuvo el tino de acercarse a los protagonistas de la historia, de modo que podemos penetrar en sus más caras fantasías.

Las famosas entrevistas que sostuvo con Villa desvela al ser de carne y hueso, este es uno de los sueños que Villa confió a Reed: “cuando se establezca la nueva República no habrá más ejército en México. Los ejércitos son los más grandes apoyos de la tiranía, no puede haber dictador con su ejército. Pondremos a trabajar al ejército, serán establecidas en toda la República colonias militares, formadas por veteranos de la Revolución, el Estado les dará posesión de tierras agrícolas y creará grandes empresas industriales para darles trabajo, laborarán tres días de la semana y lo harán duro porque el trabajo honrado es más importante que el pelear y sólo el trabajo produce buenos ciudadanos.

En los otros días recibirán instrucción milita, la que a su vez impartirán a todo el pueblo para enseñarlos a pelear, entonces cuando la patria sea invadida, únicamente con tomar el teléfono desde el Palacio Nacional en la Ciudad de México, en medio día se levantará todo el pueblo mexicano de sus campos y fábricas bien armado, equipado y organizado para defender a sus hijos y a sus hogares, mi ambición es vivir mi vida en una de esas colonias militares, entre mis compañeros a quienes tanto quiero, que han sufrido tanto y tan hondo conmigo. Creo que desearía que el gobierno estableciera una fábrica para curtir cueros, donde pudiéramos hacer buenas sillas y frenos porque eso sé hacerlo, el resto del tiempo desearía trabajar en mi pequeña granja, criando ganado y sembrando maíz, sería magnífico yo creo ayudar a hacer de México un lugar feliz.”

Con exactamente igual espontaneidad fabricaba cualquier ensueño y si la circunstancia se presentaba comenzaba a dar órdenes para volverlo realidad, podríamos decir que era un hombre marcado por la acción, ejemplo de ellos abundan durante su gobierno en el estado de Chihuahua cuando Reed menciona, cuenta él, que la gran pasión de Villa eran las escuelas, creía que la tierra para el pueblo y las escuelas resolverían todos los problemas de la civilización, las escuelas fueron una obsesión para él, con frecuencia se le oía decir: “Cuando esta mañana pase por tal y tal calle, vi a un grupo de niños, pongamos ahí una escuela”.

Otro rasgo fascinante en Villa es el efectivo, entre la gente del pueblo se le nombraba el defensor de los pobres, entre el ejército según Reed, los soldados lo idolatraban por su valentía, por su sencillo y brusco buen humor, lo he visto con frecuencia cuenta Reed, cabizbajo en su catre dentro del reducido vagón rojo en que viajaba siempre contándose chistes familiares con sus 20 soldados.

El ensueño de Villa, el sueño de Villa nunca fue el poder absoluto. Claro que fue un hombre con un enorme poder personal, llenó de energía y consistencia pero no estaba hecho para el poder, tal y como se lo reiteró a Reed a pregunta expresa dijo “soy un guerrero afirmaba, no un hombre de Estado, no soy lo bastante educado para ser presidente, apenas aprendí a leer y escribir hace dos años, ¿cómo podría yo que nunca fui a la escuela esperar poder hablar con los embajadores extranjeros y con los caballero cultos del Congreso?, sería una desgracia para México que un hombre inculto fuera su presidente”.

El desenlace de esta historia es conocido por todos, como dijimos al comienzo, preferimos dejar a los expertos el recuento lineal de los hechos y el análisis metodológico, lo que hoy quisimos destacar a manera de homenaje inmortal a Pancho Villa, en su aniversario, fue una parte de aquellas cualidades que nunca dejarán de sorprendernos, palabras y palabras sino también hacer hasta un tratado sobre el azar, la valentía, el amor, la traición, el destino, la sencillez, la franqueza, etcétera, quizá sólo así las palabras le harían mayor justicia a este personaje sin par.

Cuando al final de cuentas ya eliminado, en una lucha que para él no se había resuelto en términos colectivos, una parte de su sueño personal se cumplió en su Rancho el Canutillo, con sus reses y su sembrado hacia 1920, pero ahí aún ahí nunca lo abandonó su viejo sueño de organizar colonias agrícolas en las que, según sus propias palabras, no tendremos hambre nunca, nunca. Lo asesinaron en 1923, gracias.

Un país sin hambre

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