miércoles, 5 de diciembre de 2007

Por tierra hacia el sureste

México posee un amplio territorio. En él puedes rodar tu auto por 60 horas sin dejar el suelo nacional. Selvas, bosques, ríos, mariscos, cecina, salbutes, pozol, arqueología y hospitalidad son algunos de los múltiples atractivos que este camino hacia el oriente ofrece cuando te animas a recorrerlo.

Juan José Rodríguez
El Universal

Martes 04 de diciembre de 2007

Esto no es un viaje común. Afortunadamente tenemos un país con una extensión territorial muy respetable y una variedad de ecosistemas que muchas naciones nos envidian.

Sin menospreciar a esos países, solo pensemos que Holanda se cruza en auto de punta a punta en tres horas y que de la capital de Costa Rica a cualquier punto del país no tardas más de cuatro. De la ciudad de México a Mérida son 20 horas de carretera y de México a Tijuana 42.

Por eso no fue un viaje común. Tomé mi auto desde la ciudad de México y el reto, más que llegar a Mérida, era descubrir las maravillas que hay entre ambas ciudades. Un viaje solitario, introspectivo, de esos que dan para hacer balance de lo vivido, disfrutar del presente y proyectar el futuro mientras las líneas de la carretera van pasando bajo las llantas.

Sábado

Ocho de la mañana. Arranco el auto y me enfilo por la calzada Zaragoza. La salida de la capital es insufrible, construyen el distribuidor vial que entroncará con la autopista (quizá la única opción de no encontrar atasco de tránsito es salir a las tres de la mañana, cosa que no va conmigo). Tras la caseta de Chalco la autopista de seis carriles comienza a fluir.

En Río Frío, apenas a una hora de carretera me paro a degustar unas enormes quesadillas y una buena cecina (80 pesos). No soy afecto a la sopa de hongos, pero los conocedores dicen que en ese lugar es excelente.

Puebla está a sólo dos horas de la salida de la ciudad de México, y si no hay prisa, bien vale la pena detenerse a visitar la angelópolis. Las dos casetas desde la ciudad de México tienen un costo total de 119 pesos.

Los portales ofrecen una buena vista de la catedral mientras se degusta un café. El museo Amparo está a unas cuantas cuadras y tiene una buena colección de arte prehispánico.

El mercado Morelos es parada obligatoria para degustar las tradicionales cemitas, tortas cuyo sabor principal es el pápalo.

Ahora hay una disyuntiva: la ruta rápida no es tan atractiva y la panorámica es más lenta. Elijo la primera. Hay que desviarse por una pequeña y nueva autopista de cuatro carriles hacia Perote (40 pesos).

En esa zona me doy cuenta de la biodiversidad que ya he atravesado. Río Frío era un bosque de pinos, Puebla tiene planicies frías, Perote es un desierto frío con abundante neblina. Por algo fue uno de los más crueles penales del porfiriato.

Pero hay una razón para detenerse en ese poblado: los embutidos son de buena calidad y el jamón serrano es un excelente compañero de viaje.

En la bajada hacia Jalapa se empieza a ver abundante vegetación, pastizales y fincas cafetaleras.

Coatepec, incluido hace poco en el programa Pueblos Mágicos, es un pintoresco poblado a ocho kilómetros al sur de la capital veracruzana. Tiene un pequeño hotel boutique que es toda una tentación: Posada Coatepec (mil 110 pesos por noche).

Otro lugar que no puedo pasar por alto es la panadería El Resobado, que recibe al cliente no en un mostrador, sino entre las charolas y los hornos de leña. El pan además de sabroso es muy barato.

Domingo

Llevamos 298 kilómetros. Tras un buen café para despertar, retomo camino a Jalapa para seguir sobre la autopista de cuatro carriles que lleva a Veracruz, la vegetación se torna tropical conforme la altitud desciende.

En el poblado de Antigua hay una caseta de cobro (36 pesos) y nos permite ver las ruinas de la primera villa fundada por Hernán Cortés.

La visita al puerto de Veracruz nos sugiere mariscos. El Recreo (avenida Revolución, en Boca del Río) es una buena opción para un delicioso filete de pescado.

Desde el puerto hasta Minatitlán no hay casetas de cobro, pero la carretera de dos carriles se vuelve sinuosa y lenta. Pese a eso es recomendable, pues pernoctar en Santiago o San Andrés Tuxtla nos da la posibilidad de vivir una noche de fandango lleno de sones jarochos y de visitar la laguna de Catemaco.

Lunes

A la mañana siguiente, las curvas de Los Tuxtlas nos llevan a Minatitlán, y entroncamos con la autopista que a media tarde nos deja en la ciudad de Villahermosa.

Desconozco si las inundaciones recientes acabaron con mi mejor recomendación: El Rock and Roll, tradicional restaurante de mariscos en la zona peatonal de la urbe tabasqueña.

Vale la pena seguir de frente 70 minutos y dormir en Palenque, región selvática localizada en el estado de Chiapas, donde puedes pasar la noche en las rústicas y románticas cabañas de "La Aldea del Halach Huinic", que se encuentran a 10 minutos de la zona arqueológica.

Martes

Después de recorrer Palenque, la carretera hacia el norte, nos llevará a Escárcega, ahí está la desviación hacia Chetumal o Mérida, a la vera del camino hay decenas de pequeños poblados con casas de estilo maya que desafortunadamente van sustituyendo los techos de palma por láminas de cartón. La mejor opción para dormir es hasta Campeche (395 kilómetros) sólo hay dos peajes que pagar y suman 75 pesos.

Según el presupuesto, se elige entre el Hostal Monkey (180 pesos) o el Hotel Francis Drake (720 pesos). ¿Dónde hay que comer? en La Pigua (mariscos), Casa Vieja (comida cubana) y el mercado municipal (antojitos regionales).

Miércoles

A pesar de que puedes cubrir el último tramo en dos horas, el mundo maya ofrece pueblos con escenas dignas de ser fotografiadas.

En la frontera con Yucatán hay un puesto de inspección fitosanitaria, no puedes introducir a ese estado productos de carne ni frutas. En el último tramo casi huelo los papadzules y la cochinita pibil. Llegué a Mérida.

A través de México y hacia dentro de mí, ha sido uno de los viajes más divertidos, didácticos e introspectivos que he hecho en la vida.

El Universal

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